Esta fría y húmeda tarde de marginal y agonizante verano me trajo consigo el visionado de una perla del cine negro, Scarface. Dirigida por Brian de Palma y protagonizada por un estelar Al Pacino, esta película nos muestra la cara que no nos enseñan los reportajes o los telediarios de la mafia, ese universo interno y sórdido de los grandes mafiosos, que lo tienen todo excepto lo más importante, el cariño de quien daría su vida por ellos.
Efectivamente, Tony Montana, nuestro entrañable mafioso encarnado por Pacino, pasa penurias en su ascenso a la cima del narcotráfico. Comienza como un refugiado político del régimen de Castro en EEUU, y en poco tiempo se codea con los grandes padrinos de la ciudad de Miami, con los cuales no tiene clemencia. Despiadadamente, hace cualquier cosa para alcanzar su sueño: poseer millones de dólares, mujeres, cocaína y champán. Todo pinta de lujo en la primera mitad del filme, cuando Montana consigue controlar todo el ciclo de la cocaína: desde su cultivo hasta su venta a particulares, todo es una tela de araña tejida por el poder de Tony. Sin embargo, este mundo ficticio se empieza a desmoronar. Montana no está a gusto con su situación, tiene todo aquello con lo que solo pudo soñar en la cárcel de Cuba, y no está satisfecho. Cobra sentido aquí el celebérrimo refrán que hemos oído desde niños: "No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita", aunque yo prefiero la versión de Homer Simpson, metafórica y con su típico toque de humor absurdo: "Tendrá todo el dinero del mundo, pero hay algo que nunca podrá comprar, Marge, un dinosaurio". Desde aquí lanzo una oda a la gran sabiduría de Homer y que, ante prácticamente todos, pasa inadvertida.
Supongo que la mayoría de los espectadores de esta gran obra audiovisual habrán entendido como moraleja este refrán antes referido, mas yo prefiero quedarme con una reflexión de Montana en su piscina, y cito textualmente: "Son los tipos como este, y comos los banqueros, y los políticos, los que quieren que la cosa (el narcotráfico) sea ilegal. Así pueden ganar un buen dinero unos y un montón de votos los otros. Luchan contra los malos. Ellos son los malos".
Personalmente me parece una reflexión simplemente brutal. Y es que Tony lleva toda la razón. El narcotráfico es ilegal debido a los problemas que ocasionan las drogas en las personas que las consumen, pero al fin y al cabo son los propios consumidores quienes eligen sufrir estos perjuicios. Pero, ¿y los ciudadanos de a pie? ¿Y todos los que tenemos que padecer el irrisorio circo de banqueros, políticos y demás fauna? Nosotros no elegimos sufrir este esperpento en el que es legal desahuciar a una familia que no puede pagar la hipoteca un mes y pasa inadvertida ante la justicia la sangría de dinero público que se queda en los bancos de los paraísos fiscales. Un teatro escrito por la más infausta injusticia que permite que los políticos mientan en sus campañas electorales y engañen al electorado y, además, coarten el derecho a manifestarnos para poder ellos elegir qué manifestación tiene lugar y en qué lugar. Sinceramente, la mafia que debería ser ilegal es la que Montana refiere, la mafia que ante nuestros ojos opera, la mafia de los banqueros y los políticos.
Y no, esto no es todo. ¿Y los medios de comunicación, que nos lavan el cerebro y nos convierten en zombies y borregos, animales que obedecemos a rajatabla las doctrinas que nos imponen para así perpetuar esta comedia sin fin, esta derrota eterna, esta humillación sin final? ¿Es legítimo impedir que una persona se suicide con cada gramo de coca y permitir que todos seamos asesinados con cada minuto de visionado de la televisión? Esta, amigos, es la verdadera muerte, la pérdida de nuestra condición humana, la caída a la mediocridad.
Esta película me ha abierto nuevos horizontes en un tema que yo creía que había explorado hasta la saciedad. No son las mafias del narcotráfico y los asesinatos por ajuste de cuentas el verdadero enemigo, ni mucho menos. No son más que una cortina de humo que los caciques postran ante nuestros ojos para hacernos creer que la lucha es del bien contra el mal, pero lo que no sabemos es que quien se disfraza de bien es el verdadero mal, y a quienes hacen pasar por mal no son más que más víctimas del sistema que estos sinvergüenzas nos han impuesto desde arriba y que es imposible de revocar. El Gran Hermano nos observa, nos ciega, y nos controla, recordémoslo siempre.
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