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de batería en el móvil, de repente me encuentro con que no tengo nada que ver
en mis grandiosas y tan populares redes sociales, debido por supuesto a que
desde las 10 de la mañana que me he levantado he estado mirando mi móvil hasta saciarme
completamente. No puede ser, lo he visto todo, ¿qué hago ahora? Hoy Susana no
ha subido su foto, algo le pasará, esa chica es tan encantadora y tiene una
vida tan bonita que se me hace muy raro no ver nada suyo a estas horas en
Instagram. Quizá me vaya un rato más a dormir, no hay nada mejor que hacer, no
hay filtro que mejore este día. Qué barbaridad, a esta actriz le quedaba mucho
mejor el tinte rubio, a ver para qué se hace morena, qué mal gusto por favor,
ahora mismo voy a mandarle un WhatsApp a Álvaro para que lo vea y se ría un
poco.
Patético.
Es demasiado evidente que no estaba hablando de una situación personal, no seas
insensato querido lector, aún es temprano para ser vomitivos. No obstante,
parémonos a pensar cuánta gente se verá inmersa en esta situación, en este
contexto, y es que hoy vengo a hablarle del gran mundo de la hipocresía creado
a partir del mal uso de internet. Twitter, Facebook, Instagram, Tuenti, Ask,
Kiwi, Snapchat, Badoo, Meetic… Una inmensa red que ha atrapado a la población
inconmensurablemente, deshaciendo poco a poco el interés por la cultura a la
par del avance de internet. Por supuesto que esto no es aplicado en el mismo
grado a todas las personas que usan los terminales para acceder a este tipo de
páginas, pero admitámoslo, nos gusta enterarnos de las cosas por muy inútiles
que puedan llegar a ser, cada uno a nuestra manera.
La
causa de este artículo no es más que el profundo asco que he adquirido a las
redes sociales (seamos sinceros, se me nota demasiado), y es que solo pararte a
reflexionar la baja calidad social de vida que nos proporcionan te induce a
odiarlas. Millones de personas están atrapadas por, como he dicho antes, esta
“extraordinaria red” que da una visión del mundo totalmente distinta,
totalmente ciega podríamos decir. A partir de ellas somos capaces de poner una
tapadera de lo que realmente somos, de poseer un colchón de ego en el cual nos
podemos apoyar, del cual la gente opina a su gusto y parecer. No estoy hablando
de las múltiples plataformas que nos dan un conocimiento avanzado del mundo. Es
una realidad que a través de internet hemos avanzado pudiendo hoy en día ir a
cualquier lugar del mundo dirigidos por un mapa, encontrar grandes hoteles a
precios muy económicos, etc. Pero no, yo no hablo de este tipo de plataformas,
hablo de las que nos quitan más de lo que nos dan, de las que nos enganchan y
nos consumen, como si nosotros y lo que vemos en la pantalla fuésemos parte de
un romance continuo que no puede hacer otra cosa más que sobreexplotarse y tenerse
controlados el uno al otro, aunque extrañamente sin cansarse. Llámenme
antisistema, no me es más interesante los que opinan así de mí que el interés
que muestro al observar un excremento de perro.
Salimos
a la calle y vemos a esa persona que hace poco habíamos visto a través de
nuestro ordenador, móvil, o el instrumento que use cada uno, y curiosamente no
hay ningún saludo mutuo, ningún indicio amigable entre dos personas que
supuestamente en la nube electrónica tienen establecida una amistad. Esa es la
hipocresía que he mencionado con mucho gusto anteriormente, esa capacidad tan
falsa de fingir ser popular a base de sumar el número de amigos en Facebook,
los me gustas en Instagram, o los seguidores en twitter. ¡Vaya cutrez! Podemos
apreciar el montón de mierda que tiene una persona encima cuando se preocupa
más por tener más seguidores que seguidos en una red social que de leer una
buena obra de William Shakespeare o de Fiódor Dostoievski, o al menos tener
curiosidad hacia ella. ¿Qué clase de trastorno psicológico definiría esta
actitud? Podríamos inventar uno, nadie lo notaría, sería algo subjetivamente
normal.
Estarás
preguntándote si yo tengo redes sociales o las he tenido, que cómo puedo
criticarlas si no tengo, que si no sé usarlas, o cualquier cosa que se te venga
a la cabeza, y sí, yo tuve redes sociales en mi momento juvenil despreocupado
que todos tenemos, pero llegó un momento en el que vi la cantidad de tiempo
desperdiciado que asumen debido a que no les damos un buen uso comercial, de
difusión de contenido cultural, comediante o de interés social, entre otros (al
nivel que deberíamos dárselo). No. Las usamos para ver a esa persona, que una
vez fue a nuestra clase, en una discoteca de lujo bien vestido con cigarro y
cubata en mano, para ver una foto de esa chica tan guapa (a base de filtros,
por supuesto) en su tan interesante viaje a Italia, con el Coliseo de fondo,
una sonrisa de oreja a oreja, unas gafas de sol, y la ropa de moda, claramente
acompañada de una frase melancólica de Bob Marley, que seguramente no la haya
dicho nunca. Pero y qué, si queda genial, ¿no es eso lo importante? Qué ironía
tan grande y asquerosa a la misma vez. Pobre dignidad de Bob, él no tiene culpa
del nacimiento de estos ineptos.
Dramas
aparte, no todo va a ser sacar mi espíritu crítico y querer desmontar de la
sociedad virtual occidental, no, de momento me apellido García y no Nietzsche,
y todavía no fumo opio. Insisto en todavía. Tenemos a nuestra disposición un arma expresiva que ocupa cualquier rama
de información posible en la Tierra. Si consiguiésemos poner en lo más alto de
la nube los recursos más útiles, precisos, y acaparadores de sabiduría, a base
de insistencia de la minoría que pensamos en esto, podríamos conseguir
multiplicar exponencialmente la cultura de la población. Para llevar a cabo
esto tenemos que empezar donde la persona y el espíritu crítico comienza a
desarrollarse, que no es más que en la constante educación que deberíamos
recibir y desarrollar desde muy pequeños.
Cuidar a las nuevas generaciones que van surgiendo dándoles libertad de
elección y expresión hará que no sólo mejoremos el tema central de este
artículo de opinión, que va, se extenderá a mucho más. Podremos despertar de la
pesadilla en la que nos tienen sumergidos, mejor dicho, ahogados, estos
estereotipos sociales y el gobierno manipulador. La moda no será más que una
excusa para no reconocer que no tenemos gusto ninguno a lo largo de nuestra
vida, y que por eso nace en nosotros la necesidad de cambiar de tendencias de
vez en cuando, en lugar de mostrarnos originales y tal y como somos, con
nuestros gustos y características particulares. Podremos inclusive comenzar a
llenar las bibliotecas, las salas de cine, los teatros, que los viernes los
estudiantes tengan conversaciones con más nivel que una simple crítica hacia su
prójimo, que los trabajadores, al llegar a su casa tras un día intenso de
trabajo, no vacíen su cerebro en la televisión, sino que lo llenen
enriqueciéndose hablando con su pareja, hijos, padres, sacando temas de conversación
con energía positiva que no tengan más que eso, buenas razones para haber
llegado a casa, o, por qué no, que cojan un libro de alguna materia que le
fascine. ¡Nunca es tarde para aprender y descubrir! Así deberíamos pensar a mi
parecer (como concepto general, pues específicamente hay muchos más matices),
que no es más que uno más de entre tantos. Sabemos de sobra que una amplia
variedad de las cosas que nos rodean tienen influencia externa: ves la prensa y
es evidente su tendencia política o social, visitas los bares y las palabras
vehementes que salen de sus individuos son solo quejas a la sociedad, que no
están nada mal, pero que su problema es que no saben darle solución práctica ni
ningún modo de revelación, porque como ya he dicho están ahogados hasta el cuello. Por no hablar de la pantalla succionadora
de conocimiento, la televisión, que nos aleja del conocimiento verdadero junto
a las sidosas plataformas de internet, con perdón del adjetivo.
Todo
esto es motivo suficiente para ensalzar el valor que debemos darle a la
comunicación familiar, a la amistad, al deber, a la honradez, al buen hacer, a
todas esas características que por mucho que nos insistan nunca podrán
controlar. Nunca conseguirán hacernos marionetas de nuestros sentimientos
sinceros, de la persona que llevamos dentro y que debemos sacar al exterior
para que la vea todo el mundo en su esplendor. Dejemos atrás las extensas
cadenas de la sociedad, los gustos impuestos por los otros que solamente se
infiltran en nuestra alma para molestar, sin otra finalidad. Si quieres hacer
algo que para ti y en general moralmente no debería tener nada de malo, sal a
la calle y demuestra lo atrasados que estamos, demuestra que la evolución hasta
ahora ha sido solamente física, y que estamos cegados debido a que los de
arriba han puesto una capa de niebla a nuestro alrededor, incordiando a
nuestros cercanos y a los no tan cercanos.
Este
es mi propósito. Mi queja hacia internet no es más que una excusa para destapar
mis grandes ganas de zozobrar la vida prescrita. Digamos que es una especie
extraña de alegoría. Como diría un sabio antiguo:
“Para evitar la crítica,
no hagas nada, no digas nada, no seas nada”.