Si por algo se han
caracterizado hombres como George Orwell, Ray Bradbury o Aldous Huxley y les
han hecho merecedores de recuerdo por parte de cada nueva generación de
lectores es, además de por un indudable e indiscutible talento literario, por
su impresionante carácter profético. Y es que, tras haber leído las tres
grandes distopías de mitad de siglo anterior, puedo afirmar que grandes figuras
proféticas como Moisés o Mahoma se quedan a la altura del betún en comparación
con esos tres escritores en lengua inglesa. Pero hoy será Aldous Huxley el
objeto de discusión y análisis, quizás otro día yo o mis compañeros os hablemos
de los otros magníficos autores que mencioné a principio de esta entrada.
Aldous Huxley es
uno de esos escritores cuyo nombre va obligatoriamente unido al de una única
obra. Al igual que Cervantes es conocido en el mundo entero por la autoría de Don
Quijote, el británico lo es por su novela Un mundo feliz. No estoy
diciendo que obras como El tiempo debe detenerse o las puertas de la
percepción (tampoco las he leído)
no sean de calidad comparable a la mencionada antes, pero es
irrebatible que no hay obra suya que haya causado mayor impacto en la sociedad
y que haya dado tanto de qué hablar, incluso todavía hoy, y de la que estoy
seguro que también dará en un futuro de qué hablar. Y es lo que tienen estas
obras de extraordinario carácter profético, que conforme pasa el tiempo, cada
vez son más actuales, ya que podemos encontrar un mayor número de aterradoras
coincidencias entre nuestro mundo actual y los universos futuristas (en su
tiempo) que crearon tales escritores.
Al igual que en la
distopía orwelliana 1984 se nos
presenta un Londres tan futurista como horrendo, A brave new world (título original en inglés) no se queda atrás.
Pero si bien el universo que propone Orwell en su obra es un partido férreo y
dictatorial que utiliza todo tipo de técnicas de manipulación del pensamiento y
de control social para asegurar el poder y evitar una hipotética revolución, la
sociedad descrita en el libro de Huxley no está exenta de vomitivas
características y de un infausto destino para los habitantes de esta. Ahora
bien, es bastante diferente a la Oceanía que controla el Big Brother. Narra un mundo en el que los habitantes son procreados
in-vitro como si de una cadena de
montaje se trataran. Y es curioso que en ese mundo distópico tengan como dios a
Ford, ya que la sociedad allí es creada a imagen y semejanza de cómo se fabrica
un coche según el modelo de producción en serie taylorista, o como ya he
mencionado antes, como si de una cadena de montaje se tratara (No sé si eso es
mera coincidencia o fue hecho intencionadamente por Huxley). Existen cinco “castas”,
clases sociales por llamarlo de otra forma, en jerarquía de mayor a menor
importancia y rango: Alfas, Betas, Deltas, Gammas y Épsilon; y cada una de
estas clases sociales será condicionada mediante un progresivo programa de lo
que se conoce como condicionamiento
clásico o pavloviano (De hecho, ya en el libro se conoce como Condicionamiento neopavloviano). Por si
no conocen en qué consiste el experimento de los perros de Pavlov, les dejaré un vídeo al terminar el párrafo
(También quedaría decir que un experimento similar se intentó hacer con
humanos, que es lo que se conoce como El
experimento del pequeño Albert, pero ya dejo a gusto del lector el
informarse sobre ese tema). Cada clase social será condicionada para el tipo de
trabajo que realizará y para hacer y “pensar” lo que corresponde a su casta.
Por si fuera poco, además del condicionamiento pavloviano, también utilizan un
desarrollado sistema de aprendizaje hipnopédico,
que consiste en repetir cientos de veces mientras el sujeto duerme una serie de
aforismos correspondientes a lo que se espera de su clase social. Finalmente,
como si de una receta de cocina se tratase, a los 20 años aproximadamente ya
estará listo el sujeto en cuestión, hará, pensará y dirá aquello para lo que ha
sido condicionado durante años, y si empieza a notar algo humano como sentimientos de afecto, por ejemplo, una pastilla
de soma lo arreglará todo, que es una especie de droga alucinógena y placeba
para controlar, aún más si cabe, cualquier posibilidad de error. En otras
palabras, los humanos de esa sociedad son seres sin libre albedrío, que
repetirán una y otra vez aquellos aforismos que se les repitieron
hipnopédicamente durante años y sin capacidad de pensar más allá de para lo que
han sido procreados, entregándose a los placeres banales y absurdos del soma,
el golf electromagnético, el sexo sin posibilidad alguna de procreación, el sensorama y al agua de colonia. Y,
además, instituciones fundamentales en una sociedad como la nuestra tales como
la familia o el matrimonio ahí están completamente abolidas, “todo el mundo es de todo el mundo”, y
por supuesto, leer a Shakespeare o ver películas de Ingmar Bergman es algo
completamente imposible, muy pocos conocen la existencia de tales sujetos y
evitan que sean conocidos por el vulgo.
Sí, tanto como si
has leído un mundo feliz o como si solo has leído el párrafo anterior, lo descrito en ese libro o en ese párrafo es
completamente aterrador. Pero seguramente lo que mucha gente piensa es que
afortunadamente, es solo una obra de ficción redactada por un escritor de
maravillosa inventiva. Y lo que quizá ustedes consideran una creación de una
maravillosa inventiva, yo lo considero un acto profético (obviamente sin
olvidar el mérito literario de la obra) cuyas primeras consecuencias están
teniendo lugar en mi generación actual (y quizás ya mucho antes)
¿Que si estoy
loco, que si exagero, que si debería daros el número de mi camello? Pues es
posible, pero, sincera y francamente, yo no creo que esté equivocado en lo que
estoy diciendo. Un mundo feliz presenta
varias temáticas que son muy de actualidad y que hará reflexionar al lector
hábil y que sepa que ese libro no es solo pura ficción sobre ellas. Mucha gente
me ha comentado, incluso profesores han hablado de ello hacia toda una clase, sobre
los peligros de la manipulación y la ingeniería genética, usando como contexto
y ejemplo el libro que hoy es sujeto de debate. Y efectivamente, esa es la
principal cuestión que al lector de Un
mundo feliz le vendrá a la mente, cuestión importantísima y que daría para
una harta discusión. No obstante, primero hablaré de otras cosas como lo son el
condicionamiento clásico. En la obra se
hace de forma directa, en salas dedicadas exclusivamente a ello como parte de
esa cadena de montaje fordiana, pero
en ese Londres futurista todo el mundo sabe que es condicionado y se considera
que es lo que se debe hacer y que eso es lo bueno. Sin embargo, nosotros,
actualmente, mi generación (y quizás la de mis padres) empezamos a estar condicionados
desde bien pequeñitos. Es un condicionamiento mucho más sutil que el de la
distopía de Huxley, un condicionamiento silencioso, un condicionamiento tan
discreto y cauteloso que muchos individuos morirán sin saber que durante toda
su vida han sido burdos sujetos del actual circo (ni siquiera ostenta a
llamarse teatro, no quiero ensuciar su nombre) del que somos pésimos
malabaristas. ¿Dónde empieza tal discreto condicionamiento y quién se encarga
de ello? Simplemente hay que echar un vistazo al mundo actual, simplemente hay que observar, no ser ciegos
como en la célebre novela de José Saramago, gente que se queda ciega de repente
pero que luego resulta que fueron ciegos toda su vida, incluso cuando tuvieron
intacto el sentido de la visión. Vivimos en un país gobernado por políticos
ineficientes y caracterizados por una funesta mediocridad, los cuales
(muchísimas veces subordinados a los intereses de las grandes empresas)
utilizan sus mejores armas para este condicionamiento: los medios de comunicación. Somos bombardeados por parte de los
políticos y las grandes empresas con, información manipulada y discursos
populistas y demagógicos por parte de los primeros, y con publicidad pavloviana por parte de los segundos.
Por poner un ejemplo sobre lo primero, la semana pasada, ayudando a mi tío a
coger almendras, estaba yo escuchando Radio Nacional por la mañana, y en la
tertulia, todos, absolutamente todos los participantes estaban en contra de la
independencia de Cataluña. No voy a emitir juicio alguno sobre esa cuestión,
pero lo más normal, lo digo yo y lo dice cualquier persona medianamente cuerda,
es que en un debate que pueda hacerse llamar serio y honesto, ha de haber deliberantes
de todo tipo de ideologías políticas y que no estén de acuerdo en la mayoría de
cuestiones que se planteen. De ahí viene el que cada vez que hablo con una
persona sobre el tema de la independencia me sueltan una sarta de insultos y
odios hacia el pueblo catalán sin emitir un razonamiento coherente (y que
conste que esto pasa en Cataluña también pero a la inversa, y también se puede
estar en contra de la independencia pero dar argumentos sólidos y de peso como
también hace gente). ¡Bravo! Han hecho bien su trabajo. También somos
condicionados mediante la publicidad y el cine (y del cine ya hablé en una
entrada pasada mía), todos queremos ser ricos, enamorarnos perdidamente de la
mujer de nuestra vida y conquistarla tras miles de dificultades típicas de
pésima película de domingo por la tarde en cualquier canal de la caja tonta,
tener un cuerpo perfecto y ser como lo son nuestros ídolos de televisión o
cine. En otra parte, una serie de almas diabólicas chochan los cinco por el
buen trabajo hecho y se limpian el ano con billetes morados, riéndose de
nosotros, que nos importan tres rábanos derechos que nos han sido suprimidos u
otros que poco a poco van siendo suprimidos mientras sufrimos porque una
muchacha no nos ama, nuestro equipo va tercero en liga o porque la poli ha
cambiado la zona autorizada de botellón en el pueblo a una más incómoda. Y si
tuviera que recalcar y hacer énfasis en dos características del
condicionamiento del que somos parte, esta sería la resignación y la pasividad.
Menciono esos dos adjetivos debido al hecho de que cuanto más hablo de política
con jóvenes (e incluso con adultos) más común me es oír: “Pero Rafa, no podemos hacer nada, los políticos son unos hijos de puta
y esto es así, España siempre ha sido así” o su variante nihilista: “Ya empiezas, Rafa, con tus tontunas de
política, a mí me la suda lo que hagan esos cabrones, mientras yo sea feliz qué más me da la política”.
Y efectivamente,
algo que me llama muchísimo la atención es que en los tiempos que corren somos
muy felices, demasiado felices. Y es
que es verdad, somos felices, pero felices a la misma manera en la que eran
felices los habitantes de esa ridícula sociedad distópica creada por Aldous
Huxley. Ellos tendrían el golf electromagnético y el sensorama, pero nosotros tenemos incluso todavía más vicios banales
y absurdos. Mientras somos condicionados neopavlovianamente y somos privados de
nuestro libre albedrío, no somos conscientes de aquello último y nos entregamos
a placeres insulsos (al menos para mí) como lo son las ridículas fiestas
actuales (en otras palabras, los macrobotellones), la televisión, el cine (y
con cine me refiero al cine comercial utilizado como instrumento de dirección
del poder, no a genios como Ingmar Bergman, Stanley Kubrick, entre otros, y sus
obras maestras) y las redes sociales. Somos muy felices, amigos míos. Todo eso
por lo que el ser humano ha trabajado y luchado durante siglos, la democracia,
la filosofía, el arte; todo eso está siendo rebajado al nivel de la mierda, y
nosotros, paradójicamente, somos más “felices que nunca”. Os puedo asegurar,
como joven que soy, que leer es algo que está incluso mal visto en mi
generación. Lo que más se lee son libros de dudosa calidad literaria, y los
grandes clásicos como Shakespeare o Cervantes están vistos como algo antiguo y
aburrido. Pronto llegará el día en el que cuando uno lea Don Quijote se le pregunte que de qué trata ese libro. Además, poca
gente disfrutaría de películas como Fresas
salvajes, Furia, o, por poner un ejemplo actual que salga de las
directrices del cine comercial actual, Birdman
o la inesperada virtud de la ignorancia. Todo lo que sea pensar o darle un
poco de movimiento a los tejidos cerebrales y neuronales impide ser feliz, al
igual que en la obra del autor inglés.
Que conste que
para el lector que no haya leído Un mundo
feliz y que tras leer estas líneas le hayan entrado deseos de proceder a su
lectura que no voy a hacer spoiler alguno. Solamente diré que a lo largo de la
obra aparece un personaje conocido como Mr. Salvaje con el que en cierto modo
me sentí, en parte, identificado. Fue el único que se dio cuenta de la falsa
felicidad que rodeaba ese mundo y que intentó hacer algo por cambiar. Era, al
fin de al cabo, ese caballero andante que salió con su lanza en mano movido por
unos bellos ideales dispuesto a repartir justicia por el mundo y que se da de
bruces contra el enorme muro que es intentar hacer algo justo y honesto en la
vida. Quizá Cervantes fuese el primero en darse cuenta de ello. Aldous Huxley
encarna en Mr. Salvaje el espíritu idealista del Caballero de la Triste Figura. Incluso podría decirse que Un mundo feliz es una sublime y breve “reescritura”
de Don Quijote adaptada a los tiempos
modernos, con un carácter profético y de ciencia ficción, una obra que agitará
conciencias y despertará a más de uno, todavía hoy, del gran sueño generalizado
en el que vivimos. En resumen, Un mundo
feliz reúne también esa característica típica de libros como Don Quijote o El lobo estepario: Vivir en un mundo en el que todo el mundo es
falsamente feliz y en el que aquel que busca algo más allá de esa paupérrima
superficialidad acaba sumido en la incomprensión y la desgracia.
Pero lo que
verdaderamente me preocupa son los avances en materia de manipulación genética,
otra de las cuestiones más actuales que nunca del libro, ya que actualmente,
uno siempre podrá iluminar conciencias e intentar hacer algo por cambiar este
país lleno de corrupción e hipocresía desde hace siglos (literalmente, siglos).
Pero con un código ético y moral científico de discutible validez, quizás la
profecía de Huxley se haga cierta y en un futuro el esperma de mis
descendientes sea utilizado para crear cientos de Gammas-Más y la obra del
brillante autor británico sea almacenada en los estantes de algún interventor
mundial, al lado de Otelo o Luces de Bohemia…
Y para terminar, les dejo un tema de Pink Floyd que me encanta titulado The Trial, acompañado de unos esperpénticos dibujos animados. Que conste que no tiene que ver nada con el articulo, lo hago porque me da la gana
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