domingo, 13 de septiembre de 2015

Aldous Huxley, condicionamiento neopavloviano y pequeñas dosis de romanticismo quijotesco


                

Si por algo se han caracterizado hombres como George Orwell, Ray Bradbury o Aldous Huxley y les han hecho merecedores de recuerdo por parte de cada nueva generación de lectores es, además de por un indudable e indiscutible talento literario, por su impresionante carácter profético. Y es que, tras haber leído las tres grandes distopías de mitad de siglo anterior, puedo afirmar que grandes figuras proféticas como Moisés o Mahoma se quedan a la altura del betún en comparación con esos tres escritores en lengua inglesa. Pero hoy será Aldous Huxley el objeto de discusión y análisis, quizás otro día yo o mis compañeros os hablemos de los otros magníficos autores que mencioné a principio de esta entrada.

Aldous Huxley es uno de esos escritores cuyo nombre va obligatoriamente unido al de una única obra. Al igual que Cervantes es conocido en el mundo entero por la autoría de Don Quijote, el británico lo es por su novela Un mundo feliz. No estoy diciendo que obras como El tiempo debe detenerse o las puertas de la percepción (tampoco las he leído) no sean de calidad comparable a la mencionada antes, pero es irrebatible que no hay obra suya que haya causado mayor impacto en la sociedad y que haya dado tanto de qué hablar, incluso todavía hoy, y de la que estoy seguro que también dará en un futuro de qué hablar. Y es lo que tienen estas obras de extraordinario carácter profético, que conforme pasa el tiempo, cada vez son más actuales, ya que podemos encontrar un mayor número de aterradoras coincidencias entre nuestro mundo actual y los universos futuristas (en su tiempo) que crearon tales escritores.


Al igual que en la distopía orwelliana 1984 se nos presenta un Londres tan futurista como horrendo, A brave new world (título original en inglés) no se queda atrás. Pero si bien el universo que propone Orwell en su obra es un partido férreo y dictatorial que utiliza todo tipo de técnicas de manipulación del pensamiento y de control social para asegurar el poder y evitar una hipotética revolución, la sociedad descrita en el libro de Huxley no está exenta de vomitivas características y de un infausto destino para los habitantes de esta. Ahora bien, es bastante diferente a la Oceanía que controla el Big Brother. Narra un mundo en el que los habitantes son procreados in-vitro como si de una cadena de montaje se trataran. Y es curioso que en ese mundo distópico tengan como dios a Ford, ya que la sociedad allí es creada a imagen y semejanza de cómo se fabrica un coche según el modelo de producción en serie taylorista, o como ya he mencionado antes, como si de una cadena de montaje se tratara (No sé si eso es mera coincidencia o fue hecho intencionadamente por Huxley). Existen cinco “castas”, clases sociales por llamarlo de otra forma, en jerarquía de mayor a menor importancia y rango: Alfas, Betas, Deltas, Gammas y Épsilon; y cada una de estas clases sociales será condicionada mediante un progresivo programa de lo que se conoce como condicionamiento clásico  o pavloviano (De hecho, ya en el libro se conoce como Condicionamiento neopavloviano). Por si no conocen en qué consiste el experimento de los perros de Pavlov, les dejaré un vídeo al terminar el párrafo (También quedaría decir que un experimento similar se intentó hacer con humanos, que es lo que se conoce como El experimento del pequeño Albert, pero ya dejo a gusto del lector el informarse sobre ese tema). Cada clase social será condicionada para el tipo de trabajo que realizará y para hacer y “pensar” lo que corresponde a su casta. Por si fuera poco, además del condicionamiento pavloviano, también utilizan un desarrollado sistema de aprendizaje hipnopédico, que consiste en repetir cientos de veces mientras el sujeto duerme una serie de aforismos correspondientes a lo que se espera de su clase social. Finalmente, como si de una receta de cocina se tratase, a los 20 años aproximadamente ya estará listo el sujeto en cuestión, hará, pensará y dirá aquello para lo que ha sido condicionado durante años, y si empieza a notar algo humano como sentimientos de afecto, por ejemplo, una pastilla de soma lo arreglará todo, que es una especie de droga alucinógena y placeba para controlar, aún más si cabe, cualquier posibilidad de error. En otras palabras, los humanos de esa sociedad son seres sin libre albedrío, que repetirán una y otra vez aquellos aforismos que se les repitieron hipnopédicamente durante años y sin capacidad de pensar más allá de para lo que han sido procreados, entregándose a los placeres banales y absurdos del soma, el golf electromagnético, el sexo sin posibilidad alguna de procreación, el sensorama y al agua de colonia. Y, además, instituciones fundamentales en una sociedad como la nuestra tales como la familia o el matrimonio ahí están completamente abolidas, “todo el mundo es de todo el mundo”, y por supuesto, leer a Shakespeare o ver películas de Ingmar Bergman es algo completamente imposible, muy pocos conocen la existencia de tales sujetos y evitan que sean conocidos por el vulgo.

Sí, tanto como si has leído un mundo feliz o como si solo has leído el párrafo anterior,  lo descrito en ese libro o en ese párrafo es completamente aterrador. Pero seguramente lo que mucha gente piensa es que afortunadamente, es solo una obra de ficción redactada por un escritor de maravillosa inventiva. Y lo que quizá ustedes consideran una creación de una maravillosa inventiva, yo lo considero un acto profético (obviamente sin olvidar el mérito literario de la obra) cuyas primeras consecuencias están teniendo lugar en mi generación actual (y quizás ya mucho antes)


¿Que si estoy loco, que si exagero, que si debería daros el número de mi camello? Pues es posible, pero, sincera y francamente, yo no creo que esté equivocado en lo que estoy diciendo. Un mundo feliz presenta varias temáticas que son muy de actualidad y que hará reflexionar al lector hábil y que sepa que ese libro no es solo pura ficción sobre ellas. Mucha gente me ha comentado, incluso profesores han hablado de ello hacia toda una clase, sobre los peligros de la manipulación y la ingeniería genética, usando como contexto y ejemplo el libro que hoy es sujeto de debate. Y efectivamente, esa es la principal cuestión que al lector de Un mundo feliz le vendrá a la mente, cuestión importantísima y que daría para una harta discusión. No obstante, primero hablaré de otras cosas como lo son el condicionamiento clásico.  En la obra se hace de forma directa, en salas dedicadas exclusivamente a ello como parte de esa cadena de montaje fordiana, pero en ese Londres futurista todo el mundo sabe que es condicionado y se considera que es lo que se debe hacer y que eso es lo bueno. Sin embargo, nosotros, actualmente, mi generación (y quizás la de mis padres) empezamos a estar condicionados desde bien pequeñitos. Es un condicionamiento mucho más sutil que el de la distopía de Huxley, un condicionamiento silencioso, un condicionamiento tan discreto y cauteloso que muchos individuos morirán sin saber que durante toda su vida han sido burdos sujetos del actual circo (ni siquiera ostenta a llamarse teatro, no quiero ensuciar su nombre) del que somos pésimos malabaristas. ¿Dónde empieza tal discreto condicionamiento y quién se encarga de ello? Simplemente hay que echar un vistazo al mundo actual,  simplemente hay que observar, no ser ciegos como en la célebre novela de José Saramago, gente que se queda ciega de repente pero que luego resulta que fueron ciegos toda su vida, incluso cuando tuvieron intacto el sentido de la visión. Vivimos en un país gobernado por políticos ineficientes y caracterizados por una funesta mediocridad, los cuales (muchísimas veces subordinados a los intereses de las grandes empresas) utilizan sus mejores armas para este condicionamiento: los medios de comunicación. Somos bombardeados por parte de los políticos y las grandes empresas con, información manipulada y discursos populistas y demagógicos por parte de los primeros, y con publicidad pavloviana por parte de los segundos. Por poner un ejemplo sobre lo primero, la semana pasada, ayudando a mi tío a coger almendras, estaba yo escuchando Radio Nacional por la mañana, y en la tertulia, todos, absolutamente todos los participantes estaban en contra de la independencia de Cataluña. No voy a emitir juicio alguno sobre esa cuestión, pero lo más normal, lo digo yo y lo dice cualquier persona medianamente cuerda, es que en un debate que pueda hacerse llamar serio y honesto, ha de haber deliberantes de todo tipo de ideologías políticas y que no estén de acuerdo en la mayoría de cuestiones que se planteen. De ahí viene el que cada vez que hablo con una persona sobre el tema de la independencia me sueltan una sarta de insultos y odios hacia el pueblo catalán sin emitir un razonamiento coherente (y que conste que esto pasa en Cataluña también pero a la inversa, y también se puede estar en contra de la independencia pero dar argumentos sólidos y de peso como también hace gente). ¡Bravo! Han hecho bien su trabajo. También somos condicionados mediante la publicidad y el cine (y del cine ya hablé en una entrada pasada mía), todos queremos ser ricos, enamorarnos perdidamente de la mujer de nuestra vida y conquistarla tras miles de dificultades típicas de pésima película de domingo por la tarde en cualquier canal de la caja tonta, tener un cuerpo perfecto y ser como lo son nuestros ídolos de televisión o cine. En otra parte, una serie de almas diabólicas chochan los cinco por el buen trabajo hecho y se limpian el ano con billetes morados, riéndose de nosotros, que nos importan tres rábanos derechos que nos han sido suprimidos u otros que poco a poco van siendo suprimidos mientras sufrimos porque una muchacha no nos ama, nuestro equipo va tercero en liga o porque la poli ha cambiado la zona autorizada de botellón en el pueblo a una más incómoda. Y si tuviera que recalcar y hacer énfasis en dos características del condicionamiento del que somos parte, esta sería la resignación y la pasividad. Menciono esos dos adjetivos debido al hecho de que cuanto más hablo de política con jóvenes (e incluso con adultos) más común me es oír: “Pero Rafa, no podemos hacer nada, los políticos son unos hijos de puta y esto es así, España siempre ha sido así” o su variante nihilista: “Ya empiezas, Rafa, con tus tontunas de política, a mí me la suda lo que hagan esos cabrones, mientras yo sea feliz qué más me da la política”.


Y efectivamente, algo que me llama muchísimo la atención es que en los tiempos que corren somos muy felices, demasiado felices. Y es que es verdad, somos felices, pero felices a la misma manera en la que eran felices los habitantes de esa ridícula sociedad distópica creada por Aldous Huxley. Ellos tendrían el golf electromagnético y el sensorama, pero nosotros tenemos incluso todavía más vicios banales y absurdos. Mientras somos condicionados neopavlovianamente y somos privados de nuestro libre albedrío, no somos conscientes de aquello último y nos entregamos a placeres insulsos (al menos para mí) como lo son las ridículas fiestas actuales (en otras palabras, los macrobotellones), la televisión, el cine (y con cine me refiero al cine comercial utilizado como instrumento de dirección del poder, no a genios como Ingmar Bergman, Stanley Kubrick, entre otros, y sus obras maestras) y las redes sociales. Somos muy felices, amigos míos. Todo eso por lo que el ser humano ha trabajado y luchado durante siglos, la democracia, la filosofía, el arte; todo eso está siendo rebajado al nivel de la mierda, y nosotros, paradójicamente, somos más “felices que nunca”. Os puedo asegurar, como joven que soy, que leer es algo que está incluso mal visto en mi generación. Lo que más se lee son libros de dudosa calidad literaria, y los grandes clásicos como Shakespeare o Cervantes están vistos como algo antiguo y aburrido. Pronto llegará el día en el que cuando uno lea Don Quijote se le pregunte que de qué trata ese libro. Además, poca gente disfrutaría de películas como Fresas salvajes, Furia, o, por poner un ejemplo actual que salga de las directrices del cine comercial actual, Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia. Todo lo que sea pensar o darle un poco de movimiento a los tejidos cerebrales y neuronales impide ser feliz, al igual que en la obra del autor inglés.


Que conste que para el lector que no haya leído Un mundo feliz y que tras leer estas líneas le hayan entrado deseos de proceder a su lectura que no voy a hacer spoiler alguno. Solamente diré que a lo largo de la obra aparece un personaje conocido como Mr. Salvaje con el que en cierto modo me sentí, en parte, identificado. Fue el único que se dio cuenta de la falsa felicidad que rodeaba ese mundo y que intentó hacer algo por cambiar. Era, al fin de al cabo, ese caballero andante que salió con su lanza en mano movido por unos bellos ideales dispuesto a repartir justicia por el mundo y que se da de bruces contra el enorme muro que es intentar hacer algo justo y honesto en la vida. Quizá Cervantes fuese el primero en darse cuenta de ello. Aldous Huxley encarna en Mr. Salvaje el espíritu idealista del Caballero de la Triste Figura. Incluso podría decirse que Un mundo feliz es una sublime y breve “reescritura” de Don Quijote adaptada a los tiempos modernos, con un carácter profético y de ciencia ficción, una obra que agitará conciencias y despertará a más de uno, todavía hoy, del gran sueño generalizado en el que vivimos. En resumen, Un mundo feliz reúne también esa característica típica de libros como Don Quijote o El lobo estepario: Vivir en un mundo en el que todo el mundo es falsamente feliz y en el que aquel que busca algo más allá de esa paupérrima superficialidad acaba sumido en la incomprensión y la desgracia.


Pero lo que verdaderamente me preocupa son los avances en materia de manipulación genética, otra de las cuestiones más actuales que nunca del libro, ya que actualmente, uno siempre podrá iluminar conciencias e intentar hacer algo por cambiar este país lleno de corrupción e hipocresía desde hace siglos (literalmente, siglos). Pero con un código ético y moral científico de discutible validez, quizás la profecía de Huxley se haga cierta y en un futuro el esperma de mis descendientes sea utilizado para crear cientos de Gammas-Más y la obra del brillante autor británico sea almacenada en los estantes de algún interventor mundial, al lado de Otelo o Luces de Bohemia…


Y para terminar, les dejo un tema de Pink Floyd que me encanta titulado The Trial, acompañado de unos esperpénticos dibujos animados. Que conste que no tiene que ver nada con el articulo, lo hago porque me da la gana

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