Como estudiante de
música que soy, tanto en el conservatorio como en las diferentes agrupaciones musicales
en las que participo, había una película de la que todo el mundo hablaba y de
la cual yo no tenía ni la más remota idea de su existencia, creando en mí una
tremenda curiosidad. Esta película se llama Whiplash,
y ayer, al fin, me digné a visualizarla.
Mi intención no es
hacer una crítica de cine, pero, para quién no lo sepa, diré brevemente el
argumento en cuestión: Un talentoso batería llega a la mejor escuela de jazz de
Estados Unidos y entra a la big band de un profesor caracterizado por su
extrema crueldad con los alumnos con tal de que estos rindan al máximo nivel, llegando
incluso a la agresión física, llevando al protagonista a estudiar y practicar
hasta llenar la batería de sangre, literalmente. Qué maquiavélico, ¿no?
La verdad es que el documento
cinematográfico me dejó buen sabor de boca, y además, al ver las brutales
escenas en las que el profesor agredía al batería y en las que este último
ensayaba hasta, como ya he mencionado antes, sangrar y dejar a la batería digna
de un campo de batalla y no de una sala de estudio; pude ver que esa “psicosis”,
ya sea por los brutales métodos pedagógicos del profesor o la inquebrantable
obsesión del alumno por ser un grande del jazz a la altura de Buddy Rich, que
abunda en la película, es la misma psicosis que lleva haciéndose eco de
presencia en los centros educativos españoles, ya sean conservatorios o
institutos, y que, conforme pasa el tiempo, está echando en estos raíces cada
vez más sólidas.
En este año académico
que ya ha finalizado, tuve el placer (o el desagrado, depende de cómo se mire)
de estudiar el primer curso de Bachillerato en la modalidad de ciencias
tecnológicas y tercer curso de enseñanzas profesionales de música. Y fue justo
en este año el momento en que me di cuenta de esta psicosis generalizada y de
la cual aquellos que no la padecen, no son sino “víctimas” de ese trastorno,
fruto de la decadencia de los valores morales y éticos de mi generación como
consecuencia del pensamiento calculador y cientificista, el sueño de poder
lograr un número de riquezas inconmensurable y dormir en un yate mientras dos
modelos rusas me abanican, los medios de comunicación o qué sé yo.
Siempre se ha
considerado la educación (o eso creo yo, quizás no sea más que un iluso con un
concepto pseudohumanista de esta) como un medio para formar personas, darles
unos conocimientos de cara a estudiar una formación superior, pero sobre todo,
crear “espíritus críticos”, seres con capacidad de juicio y opinión, capaces de
opinar sobre cualquier tema como política o cine aunque lo que hayan estudiado
sea matemáticas puras y de no estar sometidos al engaño, saber diferenciar al
político honesto que gobernaría para el pueblo y el que gobernaría para las
empresas, aquel que es demagogo y el que no lo es; entes con libre albedrío que
serán capaces de llevar sus vidas hacia un futuro mejor, un mundo mejor y hacia
una existencia plena. Pero esto, amigos míos, no es así.
Pienso que tengo más
razón para opinar que otros, ya que como estudiante vivo esta situación día a
día, y todavía considero que no me he visto contagiado por el fenómeno que
menciono antes. Y es que todo este curso, he tenido que convivir con personas
cuya única aspiración en un futuro cercano es sacar más de un 13 en
selectividad. No estoy diciendo que haya que suspender a propósito o que haya
que irse a vivir al monte y hacerse pastor, no me malinterpreten, yo soy el
primero que intentará sacar lo máximo posible en selectividad, pero… ¿Dónde
queda la formación moral y ética? ¿Adónde queda el espíritu crítico y escéptico
contra todo? ¿Dónde queda todo aquello por lo que Occidente ha luchado y ha
desarrollado: la literatura, la democracia…? En fin, hasta este punto, y con
bastante sesgo personal, podría tolerarlo y respetarlo, pero el problema es
cuando todo esto se convierte en psicosis y un aula estudiantil no parece eso,
sino una sala para psicópatas. Apenas se tiene la consideración de (y hablo
porque lo he vivido) no intentar torcer y desmoralizar (sobre todo desde el
punto de vista psicológico, nunca llegando a una agresión física) a compañeros
que son visto como “rivales” y “competencia”, la envidia y el odio está a la
orden del día. Eso de estudiar para superarse a sí mismo, el de estudiar como
medio de formación personal y académica, y como manifestación intrínseca del
ser humano por el conocimiento y el ansia de saber es algo completamente
desfasado. Ahora la principal motivación de los estudiantes “sobresalientes” es
la de sacar ese ansiado 13 en selectividad, estudiar una carrera que ni siquiera
les guste solo porque esté bien vista socialmente (y es que en España parece
ser que la palabra “Medicina” excita más que los típicos calendarios
pornográficos que uno puede encontrar en cualquier ferretería) y escupir
metafóricamente sobre el resto de mortales mediocres que no lo han conseguido,
aumentar ese ego personal estudiantil cuando es muy posible no acordarse de
nada de toda esa bazofia de Nietzsche,
Platón, Azaña o Cervantes que tuvo que estudiar. Pienso que no hay nada
peor.
Está claro que hay
gente que estudia Medicina por vocación, y llegan a ser grandes médicos y
además personas con un gran entendimiento y que verdaderamente son almas
críticas. Pero estoy convencido de que la mayoría de los que ahora estudian
Medicina o similares son espíritus cuya una ambición es esa: la de estudiarla
como medio de narcisismo y egolatría personal, estudiar por postureo. Da igual que tenga vocación o no, simplemente se ha
de conseguirlo cueste lo que cueste, duerma tres horas diarias y aunque tenga
que hacer todo lo posible por hundir a mi prójimo. Lo único que importa es la
reputación social. Y claro, ese alumno que también sacó más de un 12 y se mete
a estudiar filosofía porque considera que es su vocación no es más que un loco,
una mente desaprovechada. Supongo que
no es nada de extrañar que cada vez que tengo que ir al centro de salud o al
hospital encuentre más ineptos entre el personal médico. (Quizás alguno de los
que tuvieron un mal día en selectividad y en vez de un trece sacaron un once o
por culpa de una asignatura que no tenía nada que ver con Medicina hubiesen
sido grandes médicos, pero es lo que pasa con un sistema en el que se estudia
algo porque tiene mayor nota de corte y no por vocación)
Y esto es consecuencia
de un Estado al que no le interesa formar personas y “espíritus críticos”, es
fruto de la más triste e infausta tecnocracia que desprecia y vomita sobre todo
aquello que nos distingue al ser humano sobre el resto de animales: la
filosofía, el arte… No hay nada más peligroso que aquel médico que solo sepa de
medicina o aquel ingeniero que solo sepa diseñar motores. Da igual la
profesión, tanto como el médico como el
ingeniero son los verdaderos ineptos, son aquellos que mantienen este sistema
oxidado que crea bestias y monstruos de la memorización pero que a su vez
reduce nuestra capacidad de entendimiento verdadero, la de pensar que algo se
podría hacer para mejorar el mundo, la de que existe una solución a los
problemas políticos de nuestro país. Pero claro, con mi trabajo, mi sueldo y la televisión se vive
muy bien, ¡para qué vamos a pensar! Qué razón llevaba Ray Bradbury con su
descripción de la televisión: “La
televisión, esa bestia insidiosa, esa medusa que convierte en piedra a millones
de personas todas las noches mirándola fijamente, esa sirena que llama y canta,
que promete mucho y que en realidad da muy poco”
Y ya que la película
que menciono al principio tiene como temática principal la música, no quiero
irme sin hablar de ella. Se hace una exaltación del virtuosismo técnico ante la
verdadera expresividad de la música. Ya sea en el jazz o en la música académica
(no clásica, pues esta última denominación es solo para la del periodo clásico)
podemos encontrar sujetos capaces de tocar millones de notas por segundo, pero
no son capaces de expresar una maldita frase musical. Muchas horas de estudio,
dedos recalcados, baterías llenas de sangre… todo para olvidar qué es
verdaderamente la música. De ahí que instrumentistas que no expresan nada con
el Ave María de Schubert ganen
concursos con obras contemporáneas que no dicen absolutamente nada, notas que
parecen colocadas mediante un proceso azaroso de computadora que ponen los ojos
de los jueces como órbitas. A mí, personalmente, me aburren… me aburren y me
entristecen… ¿De qué me sirve saber hacer un doble swing con la negra a 300 pulsaciones si no sé tocar una balada de
jazz correctamente?
Para terminar, no estoy
criticando a aquellos que estudian Medicina, sacan excelentes calificaciones en
sus respectivos estudios o estudian horas y horas de su instrumento. Lo que
quiero decir es que por mucho que estudiemos para lograr nuestro objetivo o
ambición es que no debemos olvidar que somos seres humanos, convivimos con
mucha gente como nosotros y que ante todo hemos de ser espíritus críticos,
saber qué es lo que pasa a nuestro alrededor y saber diferenciar la verdad del
engaño. Resumiendo, ser personas con capacidad de análisis, crítica y de amar;
no monstruos calculadores que ni aman, ni sienten, y que están dominados por
sus más bajos instintos.
Quizás el problema no sea que sangremos tocando la
batería o estudiando, sino que en verdad sea nuestro interior el que sangre…
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