30 de agosto de 2015, fallece el mítico director de cine de
terror Wes Craven, creador de cintas tan famosas como “Scream”, “Las colinas
tienen ojos”, “La última casa a la izquierda” y, sobre todo, “Pesadilla en Elm
Street”. Un día más tarde me excuso de su muerte para compartir una reflexión
sobre el cine de terror y su enfoque actual.
Como punto de partida he de reconocer que el cine de terror,
hasta hace bien poco, no me atraía lo más mínimo, de hecho rajaba de él siempre
que tenía oportunidad, veía ridículo el hecho de pasar casi dos horas delante
de una pantalla visualizando un esperpento irracional que, para causar miedo,
recurre al susto fácil y a la magia de los efectos especiales, olvidándose
completamente de la coherencia de la historia y de aspectos tan importantes en
el cine como el guión o la dirección. No obstante, con el paso del tiempo me
animé a ver cine de terror y recurrí para ello a ciertos clásicos del género.
¡Cuál fue mi sorpresa cuando ese mencionado esperpento se convirtió en un
cúmulo de emociones y de recursos! Y es que estaba equivocado, no era el cine
de terror lo que me desagradaba, sino el enfoque que se le da al mismo en la
actualidad.
El camino al fracaso comienza cuando una película sustituye la
angustia que debe causársele al espectador por el “susto inesperado”, dicho
“recurso” consigue el objetivo de levantar al espectador un par de veces de su
asiento durante el transcurso de la película… y ya está. ¿Es esa la finalidad
del cine de terror? ¡Pues claro que no! El terror es algo más. Una buena
película de terror debe reflejar angustia, debe asustar, debe hacer que el
espectador se plantee la posibilidad de que algo así le ocurra.
¡Admitámoslo! Las películas de
terror están creadas para producir algún tipo de trauma en los espectadores:
no poder dormir por la noche, temer caminar por una calle vacía, mirar de reojo
al hombre sospechoso que nos sigue, evitar entrar en siniestros trasteros al
anochecer, etc.
El cine de terror debe ser también un espacio anárquico
donde romperse las reglas sociales,
donde se violan los espacios sagrados, se tocan los tabúes y se insultan las
buenas costumbres, de acuerdo, pero nunca ello debe suponer obstáculo a la
congruencia de la historia ni una frontera para mostrar humanidad, y es que el
cine es más que entretenimiento, es un cúmulo de emociones que salpican al
espectador durante su contemplación por el mismo, y como cúmulo de emociones
que es, no se debe renunciar nunca a alguna de ellas. Chocamos pues con otro de
los grandes problemas del cine de terror actual, y es el encasillamiento del
mismo, es decir, parece que una película de terror únicamente puede producir
miedo, renunciando al drama, comedia (Wes Craven y Freddy Krueger dejaron claro
que no son completamente incompatibles ambos géneros), y filosofía,
reduciéndose, en la mayoría de ocasiones en una empachosa mezcla con
ciencia-ficción en forma de tediosa sobrenaturalidad, o con suspense, que casi
siempre conduce en saber quién es el asesino, en quien morirá primero…
En efecto, otro de los grandes problemas del cine de terror
actual es la monotonía del mismo, la falta de innovación en el género. Y lo
digo no refiriéndome al arquetipo tradicional: grupo de jóvenes/adultos que se
encuentran amenazados por un asesino en serie o por una fuerza sobrenatural y
cuyas muertes se van sucediendo a lo largo del filme, ya que imprescindibles
piezas del cine de terror tales como “La noche de Halloween” o “La cosa: el
enigma de otro mundo” de John Carpenter, o la mencionada “Pesadilla en Elm
Street” de Wes Craven responden a ese
esquema, sino al modo en el que se infunde la angustia al espectador. Es de
destacar que, por ejemplo, en “La noche de Halloween” John Carpenter recurre a
la idealización de un ente, muestra al
personaje de Michael Myers envuelto siempre en un halo de misterio que mejora
notablemente la calidad de la obra. Podría decirse que es esa dicotomía entre
el “mostrar” y el “sugerir”, y es que como transcribía Oscar Wilde en “El
retrato de Dorian Gray”:Lo más banal resulta delicioso con sólo
esconderlo. Para quienes no lo entiendan, la diferencia entre enseñar y
sugerir es como aquella diferencia existente entre la pornografía y el
erotismo.
Tampoco es imposible realizar una película de terror valiéndose
de los principales recursos que, se supone, debe utilizar un buen director de
cine, de hecho es preferible que una película (sea del género que sea) contenga riqueza de planos y una brillante utilización
de la luz y el sonido acompañando la cinta. Precisamente estos recursos
(junto con un carismático personaje interpretado por el extravagante Jack
Nicholson) convierten a “El Resplandor” (¡Como olvidar el uso del plano-secuencia en la escena del niño con el triciclo!) en una obra inmortal capaz de envejecer
perfectamente en el mundo del cine.
Pero, ¿por qué maldita razón los creadores del nuevo cine de
terror se empeñan en hacer tan tediosas películas? ¿Falta de esfuerzo? Quizá el
problema no sea la falta de esfuerzo, sino la focalización del mismo, que va
dirigido a hacer un tráiler que suscite la curiosidad en el espectador con
independencia de la morralla con la que el mismo se pueda encontrar
posteriormente. Verdaderamente, el cine actual va dirigido a ser “taquillero”,
es decir, producir dinero, sin más. Ha sido un proceso paulatino que ha
culminado con la conversión de lo que era principalmente un arte en una máquina
de hacer dinero. Cosas de Hollywood.
Y con esto no quiero decir que el 95% de las cintas de
terror actuales sean malas, con esto quiero decir que el 98% de las películas
de terror de hoy son una puta mierda. Lógicamente, tampoco quise decir que
todas las películas de terror antiguas fueran joyas del cine.
No obstante, no pierdo la esperanza de encontrarme con
directores de cine de terror que sean, de verdad, directores de cine de terror
y que me ofrezcan una buena película, algo más que la reproducción de un video
que apenas consiga levantarme un par de veces de mi asiento, o que sirva para
algo más que para meter mano. Mientras tanto, seguiré realizando viajes en el
tiempo para disfrutar de los grandes clásicos del terror.