Un movimiento o reivindicación está destinado al fracaso, o aún peor, a su desvirtuación, cuando su lucha se oculta tras bits, pantallas, teclas, transistores, microprocesadores y teclados. Un movimiento ha de estar en la calle, día a día, en contacto directo con el oprimido, porque acostumbran a abusar de redes como Twitter aquellos más acomodados, usuarios cuya reivindicación no es más que una rabieta adolescente. En el mejor de los casos, el individuo toma conciencia de sus errores y abandona el anonimato de la red -o lo relega a un segundo plano- para plantar cara a quien de verdad actúa contra los intereses del colectivo en cuestión. Un buen ejemplo sería el feminismo, pero no el feminismo que abanderan colectivos marxistas, quienes acostumbran a seguir manteniendo su lucha en las calles, día a día, aunque peligre su integridad por distintos factores. El feminismo del que hablo es el feminismo -generalmente victimista, revisionista en el habla y de una superioridad moral insultante- que encontramos en Twitter. Más precisamente en cuentas como @Barbijaputa, entre otras, aunque, todo sea dicho, con ese nombre no podemos esperar análisis de gran calidad. Otro ejemplo es el progresismo pseudorrevolucionario, que antepone una lucha ya perdida contra los bancos y los desahucios sin proponer expropiarlos, o pretenden no vender armamento a países beligerantes sin intentar antes destruir la UE y la OTAN.
¿Qué ocurre si ponemos en manos de una adolescente una lucha tan importante como el feminismo? Puede, es necesario el apunte, y estas destrozan mi crítica, que la adolescente en cuestión tenga una madurez y una inteligencia fuera de la media, pero generalmente, y lamentablemente, no es así. Lo más normal es encontrar niñas de 16, 17, 18 años, que en la comodidad de su habitación, mientras planean de qué color tintarse el pelo la próxima semana o qué piercing nuevo hacerse para estar a la última, o quizá si raparse media cabeza o comprarse una camiseta de Nirvana, se sientan ofendidas por idioteces como la inexistencia de un género neutro para nombrar a un grupo de personas mixto, que los hombres seamos "violadores en potencia" o, qué sé yo, que "ser la polla" sea en convenio social, y ya como parte de nuestro habla, una expresión positiva y "ser un coñazo" tenga una clara, inherente y tácita acepción negativa. Probablemente el pragmatismo no sea el fuerte de estas chicas. Otra de sus alucinaciones es tachar a todo hombre, además de potencial violador, de aliado y nunca de feminista, argumentando que la lucha no les pertenece ergo no deben abanderarla ni dirigirla. Otra más, cuando niegan la existencia del hembrismo porque, según ellas, no está apoyado en ninguna institución ni sociedad. Una última, que vi recientemente. Una chica afirmaba que el feminismo no persigue la igualdad entre hombres y mujeres, sino que esta es una consecuencia de esta lucha. Como digo, una constante divagación lingüística, inútil y ante la que huelga protestar o argumentar, ya que no demuestran una mínima capacidad mental como para mantener un debate medianamente serio, además de que una vez han asimilado todos los supuestos del feminismo moderno, sin antes cuestionarlos, se convierten en una gramola que repite una y otra vez las mismas idioteces.
Igual ocurre cuando el marxismo, o peor aún, el progresismo, se practica en los tuits o en los estados de Facebook, más aún cuando no se ha leído a Marx, cuando se toma a Stalin como un referente o crees que la mejor solución es gritar "A.C.A.B" y "muerte al burgués", o cuando se piensa fielmente que EEUU es una democracia, que la mejora de la economía significa una mejora de la sociedad y que todos, con esfuerzo y dedicación, podemos llegar a tener nuestra propia empresa y triunfar económicamente. Realmente, ser marxista, con lo que supone (antiimperialismo, anticapitalismo, antifascismo, horizontalidad y lucha de clases, entre otros) requiere una constante búsqueda de información con respecto a fenómenos como las guerras en Oriente próximo, partidos como Podemos o IU o individuos como George Soros, lo cual, con la gran desinformación que reina hoy, no es nada fácil. El problema es obvio. Apenas ninguno de estos niños se interesa lo más mínimo por la geopolítica. Como mucho, auparán a EEUU por plantarle cara al "dictador" Al-Assad, porque este es el antiimperialismo de hoy en día, el de apoyar a EEUU por exportar democracia. Sin embargo, estos individuos son los primeros en pedir unidad en la izquierda, no sin antes llamarnos conspiranoicos a quienes consideramos que el remedio que propone EEUU, sus "rebeldes moderados" -ISIS para los amigos- es peor que la enfermedad, en este caso Al-Assad. Sin caérseles la cara de vergüenza ni nada, he de reconocer que es un acto valiente, yo no podría ser tan cínico.
En definitiva, estos pseudomovimientos, profundamente inestables y ausentes de sustento ideológico, además de secundados por adolescentes que no diferencian una pataleta rebelde de una convicción de clase o la conciencia de sufrir una opresión, acaban siendo carnaza para que "filántropos" como el antes mencionado George Soros, se persone en ellos y los adapte a sus intereses. Un ejemplo es el proceso de ablandamiento del discurso de Podemos, para el que yo no veía más explicación que una estrategia electoralista, o la financiación que Femen recibe desde, no Soros, el Estado, estando automáticamente supeditado a los intereses y poderes fácticos del mismo, al igual que Podemos, para cerrar la mención. La carga desinformativa sobre nuestros hombros es vasta y los conceptos imperialistas y liberales nublan nuestro entendimiento, y el triunfo de estos es aplastante. El liberalismo ha actuado de forma inteligente financiando progresismo y luchas superfluas, como el feminismo posmoderno; así, ha creado hordas y hordas de pseudorrevolucionarios convencidos de su lucha, pero que no cuestionan ni cuestionarán el stablishment mundial. En lugar de criminalizar, financiar y remodelar. Habrá que poner todos nuestros esfuerzos en una única dirección, poco a poco rescatar a esas mentes de la alienación que les ciega, conseguir que el miedo cambie de bando.