miércoles, 9 de septiembre de 2015

La educación por los padres y el libre albedrío: La naranja mecánica


Dar una educación completa a los hijos es una de las mayores responsabilidades de los padres y una de las cosas más complicadas que hay. Todo ello se traduce en una difícil lucha en la que los padres se valen de la dialéctica (o no, ya me entendéis) para que sus hijos se comporten de la forma adecuada en todo momento, esto es, deben inculcárseles a los niños los valores suficientes para que estos sean dotados de moral, para que sean personas de provecho, para que estudien, para que trabajen… Este artículo se centrará en la educación que los padres dan a los hijos, pero saliéndome un poco del paradigma típico, pues no me centraré tanto en las “malas artes” que puedan utilizar los padres para educar a sus hijos, sino en el contenido de esa educación, es decir, lo que se enseña.

Un padre está en la obligación de formar a su hijo para que este actúe de un modo “políticamente correcto”, lo que sería el manual del buen ciudadano: no matar, no robar, tratar a las personas con respeto, ser educado, obedecer la ley, bla bla bla. Pero no es eso a lo que me refiero, cuando digo “lo que se enseña”. Y es que surge un problema cuando el padre sobrepasa los límites de sus obligaciones y comienza a imponer su propio pensamiento al hijo. No es atípico que un hijo tenga la misma ideología que su padre, sea esta de un extremo o del otro, entonces es cuando comienzo a pensar que el padre ha educado al hijo proyectando su pensamiento sobre el de su descendiente. Pensaréis, “¿acaso no es el padre el encargado de educar a su hijo? ¡Este puede hacer que su hijo piense como quiera!” Estoy radicalmente en desacuerdo. Y es que ser padre no te da licencia para hacer que tu hijo piense de una determinada forma, eso sería privar a tu hijo de uno de los mayores tesoros de los que podemos disfrutar desde que nos deshicimos de los estados totalitarios, hablo del libre albedrío. Un padre no es dueño de su hijo, ni de su pensamiento, por tanto, el padre, cuando le impone su ideología al hijo, está arrebatándole uno de los mayores bienes de los que podrá disfrutar, la libertad de pensamiento. Opino que suprimir la libertad de pensamiento de un hijo aprovechando la fácil manipulación de los niños de corta edad es algo deleznable y ruin.  El “Mi hijo debe ser católico, patriota, le gustarán las mujeres…” o el “mi hijo será comunista, ateo…” son frases que mucho daño hacen.

Se puede estar más o menos de acuerdo conmigo, pero lo innegable es la extraordinaria importancia de la libertad como valor superior y del que estamos dotados todos los seres humanos, valor sobre el que absolutamente nadie (tenga mi sangre, porte una sotana o haga uso de la demagogia en discursos públicos) debe inmiscuirse. Una persona es dueña de sí misma, y punto. Entonces, ¿no es reprochable que un padre, por muy padre que sea, imponga su ideología al hijo? Me veo en la necesidad de aludir aquí al genial discurso de Fernando Fernán-Gómez interpretando a un profesor en la película “La lengua de las mariposas” de José Luis Cuerda: “En el otoño de mi vida, yo debería ser un escéptico. Y en cierto modo lo soy. El lobo nunca dormirá en la misma cama con el cordero. Pero de algo estoy seguro: si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad. Nadie les podrá robar ese tesoro.” La frase va dirigida a atacar a los regímenes totalitarios, pero podría ser perfectamente adaptable aquí.

Como buen amante del cine que soy me resulta casi absolutamente imposible evitar la comparación entre esta “supresión de la voluntad” de los padres a los hijos con la “supresión de la voluntad” latente en la película “La naranja mecánica” del genial Stanley Kubrick. Cierto es que dicha comparación pueda resultar un poco radical teniendo en cuenta que en “La naranja mecánica” el individuo es atado con los ojos abiertos y sometido a ciertas “torturas” y que en la película no son los padres quienes ejercen la función educadora, sino el Estado. No obstante, ¿acaso no es el resultado el mismo? ¿Acaso no termina siendo impuesta la moral y el ideal de uno sobre el de otro? Sea como sea, cuando a Alex le aplican la terapia en “La naranja mecánica” nos llegamos a solidarizar por el e incluso sentimos lástima, porque no vemos a un ser humano con capacidad de decisión y elección, sino a alguien que ha sido coaccionado, chocando con la idea de libertad de las sociedades occidentales. Si a los hombres se les priva de ese derecho (aunque lo usen en perjuicio del resto) se les priva de la facultad de ser humanos.


Y es que durante la infancia, todo lo que los niños perciben en el hogar, quedará profundamente marcado en sus vidas y su influencia durará toda la vida. Por este motivo, los padres deben de ser muy cuidadosos con sus actos, con su conducta, con las muestras de afecto y cariño, con la disciplina y es su deber proporcionarles un clima de comprensión, de afectividad, de respeto, de tolerancia, de humanidad donde cada miembro de la familia pueda expresarse con libertad sin miedo y donde el niño pueda sentir que su hogar es un refugio.

Entonces llegamos a uno de los grandes problemas en la forma de educación de los padres hacia sus hijos, que es el estilo educativo autoritario: los padres estiman aquí que la educación ha de fundamentarse en el estricto cumplimiento de normas inmutables. Los niños son vistos como sujetos pasivos, no pueden razonar o pensar sobre las normas, dichas normas están fuera de toda crítica. Los puntos de vista de los niños no se tienen en cuenta o se infravaloran, según los padres les falta capacidad y experiencia, las pautas de comportamiento son impuestas y la respuestas a su desacato el castigo. Como un dictador, el padre se cree dueño de su hijo y dicta e impone sus normas sin dar explicación lógica, suprimiendo el pensamiento del niño, sea este más o menos acertado. Entonces el niño se convierte en una “naranja mecánica” privada del libre albedrío.

Siendo indiscutible la necesaria labor de los padres en la educación de sus hijos, en su formación como persona, y siendo también importante la libertad de pensamiento de un hijo, ¿son estos compatibles? ¿Cuáles son los límites entre uno y otro? Son compatibles, porque yo soy libre, porque yo soy moral. Queda en manos de los padres hacer de sus hijos seres pensantes o naranjas mecánicas.

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